LOS MUERTOS ACTIVOS (extracto del artículo de Javier Marías)

Sviatoslav Richter murió en 1997,  hace ahora doce años, y yo lo había visto tocar una vez vez en La Fenice de Venecia, en marzo de 1986, con un programa de Beethoven, Schuman y Brahms. Y en una de esas escuchas de su CD me vino un pensamiento infrecuente -quizá por perogrullesco-, cuando debería ser frecuentísimo: » Qué raro», pensé, estoy oyendo tocar el piano a un muerto, al que además ví vivo en persona hace ya mucho tiempo. En algún momento, incluso, al tratarse de grabación de recitales, oigo como respira, de la misma manera que en tantos discos de Glenn Gould se le oye tararear levemente la melodía por encima de su piano, eso que irrita a tantos aficionados. Y encima estoy oyendo lo que compuso otro muerto mucho más antiguo, que nunca pudo grabar nada».

Si digo que este pensamiento debería ser mas frecuente es porque en realidad nos pasamos  la vida oyendo tocar o cantar a muertos, leyendo a muertos, viendo actuar a muertos en películas dirigidas a su vez por muertos, contemplando cuadros y edificios pintados y concebidos por muertos.  En algunas Universidades de Estados Unidos se ha producido un extraño resentimiento contra los muertos, como si éstos les quitaran importancia y sitio a los vivos y es conocida la aversión de algunos departamentos de Literatura contra los escritores «blancos, varones, europeos y muertos» principalmente, lo cual nos lleva a suprimir de sus estudios a Shakespeare y Cervantes, Montaigne, Flaubert y Dickens, y a una inmensa parte de la mejor cultura occidental, como puede imaginarse.  

Sí, hace ya unas cuantas décadas que los muertos están un poco mal vistos. Cuando son recientes se los honra      retórica y vacuamente  y se les dedica buen espacio en la prensa. Después suele arrojárselos a un largo purgatorio de olvido, o aún es más, se los aparta a empellones para que no nos recuerden la mortalidad de todos y además no ocupen el lugar que los vivos se disputan. Y sin embargo, es en esta época nuestra cuando más los  buscamos y los tenemos más presentes, sólo que sin acordarnos de su condición ni pensar nunca la perogrullada que yo pensé al oír por enésima vez el sobrenatural segundo movimiento de la sonata «Appassionata» por Richter. Hasta hace relativamente poco, los únicos que seguían hablándonos tras dejar el mundo eran los escritores, o a su manera los pintores. Los músicos tan sólo cuando algunos vivos se tomaban la molestia de interpretar sus composiciones, que volvían a desvanecerse en el aire una vez concluídas.  Y por supuesto nadie tiene ni idea de si David Garrick, el famoso actor dieciochesco,  era tan extraordinario como aseguraban sus contemporáneos o un histrión o una patata.   Ahora oímos sin cesar a Elvis Presley y a Dean Martin y al pesado de John Lennon,  a Billie Holiday y a Charlie Parker,  a María Callas y a Gigli,  a Karajan y a Furtwangler, a Michelangeli y a Horszowski, a Casals y a Rubinstein. Vemos continuamente a John Wayne y a James Stewart en sus westerns repetibles hasta el infinito, a Audrey Hepburn y a Ava Gadner (incluso podemos sentir deseo por algunos muertos),  a Cary Grant y a Groucho Marx (y nos reímos con las bromas de algunos muertos).  Disfrutamos y nos admiramos con lo que concibieron John Ford, Welles y Hitchcock, o el olvidado Sacha Guitry con su magnífica Si Versalles pudiese hablar, que está aquí en dvd, o Renoir o Rosellini.

Asistimos a su trabajo, en cierto modo a su pensamiento, como si pudiéramos seguirle  el hilo. Pocas cosas hay tan apasionantes como ver a un artísta en acción, u oírlo cuando se trata de un músico. Y resulta milagroso poder hacerlo cuando hace mucho  que esos artístas fueron expulsados del tiempo, cuando sus voces, o sus acordes, o sus pinceladas, o sus miradas y gestos se supone que han desaparecido. Ahí están, sin embargo, muertos activos, extraordinarios muertos que por fortuna no descansan, para nuestro placer y nuestro aprendizaje.

Deberíamos tener más respeto y agradecimiento a cuantos comparten la condición con ellos, aunque no nos hayan dejado nada de eso, sino sólo su difuminado recuerdo.

No te pierdas la sensacional interpretación de la obra MARGARITA EN LA RUECA de Schubert-segunda obra del vídeo-

Un comentario

  1. Prodigioso y reflexivo artículo. Sí, yo me inicié en la música siendo adolescente, con la audición -en casette- del concierto para piano y orquesta nº1 de Tchaikovski por Richter (¡acompañado por la USSR State Orchestra bajo la dirección de Kiril Kondrashin!), digamos que fué la llave de mi afición, y verdaderamente tuve una gran suerte de que callese en mis manos, provocó las siguientes adquisicíones con fruición. Posteriormente me acerqué al universo guitarrístico. Doy agradecimientos a las personas que han contribuído a mi formación musical y como dice un buen amigo: «tener un buen maestro es la mayor bendición» (gracias infinítas Áureo!!)

    Me gusta

Deja un comentario